Sin precipitarse había preparado su rojo carmesí, su ocre, el magenta, azul y blanco, sin olvidarse del negro puesto que la luz de la estancia no le permitía ver o saber si alguna pincelada de nubes negras dibujaría el horizonte…así como los pinceles seleccionados con suma cautela.
Amanecía nuevamente y ya en el cielo se perfilaba el colorido de aquella estrella que iluminaria su día. Los colores se expandían lentamente produciendo una sensación de bienestar difícil de describir. Intentaba retener en sus retinas aquella paleta multicolor, fotografiarla con la mirada y así poder reproducirla más tarde sobre el lienzo que había dejado preparado sobre la mesa esperando la llegada de los rayos solares – la luz solar, la claridad del día no distorsionaran la mezcla que pensaba estampar- se decía.
No obstante subida en lo más alto del estudio que ocupaba y ante la visión generosa que le ofrecía la naturaleza, giró la vista y centró su mirada en aquella montaña próxima que parecía llamarla para recrearse en su estela de pinos verdes, frondosos que se balanceaban al compás del ligero viento que rompía en sus cuerpos como la ligera brisa que evita lastimarlos.
Fue entonces cuando al mirarlos su espíritu se sintió plenamente satisfecho, la respiración más pausada le producía un alo de serenidad como otras tantas veces había sentido. Nadie jamás podía entender aquella sensación que la embargaba, tantas veces había intentado explicarla que finalmente desistió pronunciarse más al respecto – ese sería siempre su secreto- , volvió a la contemplación y mantuvo con su mente la profunda conversación que ya se había convertido en un ritual diario y como si de unas manos mágicas se tratase, separaban las cortinas de hojas para que a través de ella pudiera ver imágenes llenas de resplandor por el amor que le infundían.
Saludaba con los más hondos sentimientos la mirada de aquellos ojos azules, tan azules como el Cielo que se abría lentamente. No menos hermosos eran para ella los castaños y negros intensos que parecían decirle – adelante, la vida es tuya- se sentía sumamente feliz.
Volvió a mirar el Cielo, esta vez con mayor luminosidad y giró sus pasos para arrastrar el pincel sobre su lienzo.
autorí@SENDA
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